miércoles, 11 de junio de 2008

El viaje de mis sueños

Me hallo en medio de un desierto en algún punto perdido del globo terráqueo. Ya le comenté a Maria que me dan miedo las alturas y los sitios cerrados y que volar durante 8 horas seria un suplicio para mi revuelto estomago.

Nota mental: no tomar fabada antes de volar.

Para hacer más llevadero el viaje, Maria me proporcionó unas pastillas tranquilizantes XXL que me tendrían groggy durante casi todo el viaje.

La situación era normal hasta que se levantó un hombre de gesto serio, rasgos árabes y, pistola en mano, amenazó a una azafata con volarle los sesos si no abría la cabina para que el piloto le llevase hasta no se que sitio en medio de África. La señorita de generoso escote y cabello largo y rubio accedió cual Maria Magdalena a sus pretensiones y el avión volteó sobre sí mismo para dirigirse al nuevo destino a pesar de las advertencias de falta de carburante del piloto. El señor musulman ignoró las palabras del jefe de vuelo.

Con el pasaje revolucionado, niños llorando, alboroto constante, desconcierto general, ataques epilépticos de la chica de mi lado, un anciano siendo reanimado y sobrevolando todavía sobre el mar el piloto anuncia por los altavoces que el avión se ha quedado sin gasolina y que lanzarán el contenido de la bodega para rebajar lastre, en un ataque de gilipollez pensé en mis calzoncillos de Spiderman perdidos en medio del océano, y con la inercia intentar llegar a tierra firme.

Minutos más tarde, después de un aparatoso aterrizaje que seccionó el avión por la mitad, con prácticamente todo el pasaje en forma de cadáveres, los pocos supervivientes decidimos adentrarnos en el desierto en busca de civilización para así intentar salir de aquella pesadilla.

Después de dos días caminando escribo estas lineas, como único superviviente de aquel fatídico viaje, en medio del desierto. Cae la noche y desde mi posición vislumbro unas abundantes luces a lo lejos que se asemejan de una ciudad pero las piernas no quieren dar ni un paso más. Exhausto, hambriento, débil, deshidratado y malherido pierdo el equilibrio y me desmayo.

No se cuanto tiempo pasó hasta oír una voz femenina que me acariciaba la cara suavemente al mismo tiempo que me decía:

- Pep, soy Sonia, ¿quieres una cañita?

Abro los ojos, me limpio la baba que cuelga de la comisura de mis labios, miro los ojos de Sonia fijamente, desciendo la vista unos dos palmos más abajo y con voz cortada y temblorosa respondo.

- Y de tapita, ensaladilla, por favor.

0 insensatos contestaron: