viernes, 6 de junio de 2008

El tiempo

A veces te das cuenta que la vida corre demasiado deprisa. Te das cuenta de ello cuando te paras, te sientas tranquilamente en un banco y te dedicas a observar como pasa la vida, sin ninguna prisa, como si el mundo se hubiese parado esperando a que te vuelvas a montar en él, y notas todas esas cosas que el ajetreo diario no te deja saborear. El canto de los pájaros, el silbido del viento a través de las ramas de los árboles o los latidos de tu propio corazón se superponen a los motores de coches, el estrés en los viandantes y el murmullo urbano. En ese momento te invade una enorme paz y al cabo de unos segundos te pones a pensar y con un rápido flashback vuelves a un momento feliz de tu vida.

La mañana empezó muy temprano a ponerse cuesta arriba al apagar el despertador y empezarme a hacer a la idea de la obligación de levantarme. Los cinco minutitos más de siempre se convirtieron en tres cuartos de hora y con todo eso me dí cuenta que había perdido el bus para ir a la reunión más importante en la historia de mi empresa.

Me lavé la cara. Me vestí adecuadamente para la ocasión, ni demasiado serio ni demasiado informal, al fin y al cabo yo solo era el que iba a presentar las ventajas técnicas del proyecto, no tenia ni que firmar ni que pagar.

Salí del ascensor, miré el reloj y caminé apresuradamente hacia la parada de bus como cada día. Por el camino me encontré con Gonzalo.

Gonzalo es un vagabundo que "habita" tres portales pares más atrás del mio, justo al lado del locutorio donde compra el vino. Según se cuenta, la bebida y el juego le llevó a donde está. Joven apuesto y de carácter ganador años antes se había convertido en una persona que desprendía tristeza y desolación por todos los costados, aunque a él no parecía importarle, a pesar de su estado siempre tenia una sonrisa en su boca. Él tenía algo que las demás personas que lo mirábamos con tristeza no teníamos: Tiempo.

Crucé el parque de delante de mi oficina y llegué hasta el portal. Justo antes de entrar por la puerta noté un leve movimiento al lado del bordillo de la acera. Bajé la vista y vi un pajarito asustadizo que caminaba dando saltitos. Se paró y nos quedamos mirándonos brevemente. Poco a poco me fui acercando a él esperando que huyera volando pero eso no ocurrió. Extendí la mano hasta acariciarlo y después recogerlo delicadamente.

Fui de nuevo hasta el parque y me senté tranquilamente en uno de los bancos. La reunión ya no me importaba una mierda. Cogí a mi pequeño nuevo amigo entre mis manos y lo miré al detalle, probablemente se habría caído del nido. Tenia sangre en las alas. A todos los efectos, ya estaba muerto.

Sentí que ese pequeño pajarillo necesitaba ayuda, necesitaba vivir, necesitaba volar. Me acordé de tantas veces yo había querido volar sin llegar a conseguirlo, así que me decidí a ayudarlo para que él pudiese sentirse libre, para que pudiese volar.

Miré de nuevo mi reloj y lo veía borroso, una pequeña niebla no me permitió ver las agujas, no sabia que hora era, no oía nada más que el silbido del viento al pasar a través de las ramas de los árboles. No notaba el paso del tiempo.

Me acomodé en el banco mientras sonreía. El pajarillo me miraba fijamente como si me estuviese dando las gracias. Miré hacia donde mi vista alcanzaba y al cabo de unos segundos me puse a pensar y con un rápido flashback vuelves a un momento feliz de tu vida.

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