lunes, 12 de noviembre de 2007

Carta de un hombre pegado a una barriga parlanchina

Querida amiga Clotilde:

Primero debo decir que estoy sorprendido por el hecho de que una barriga sea capaz de razonar y escribir. Por lo tanto me imagino que también dispones de cerebro propio porque sino no me explico tal destreza de palabra, que sumado al cerebro que poseo yo mismo y al cerebro que, segun muchas mujeres, los hombres poseemos en la entrepierna disponemos en total de tres cerebros. Es una lástima, con uno más podriamos jugar al parchís en nuestros ratos libres.

Abordando el tema principal diré que he tomado nota de tu petición y, a pesar de que mi decisión de dedicar parte de mi tiempo de ocio a darle patadas a un balón se mantenga, espero poder llegar a un acuerdo contigo (permiteme que te tutee ya que, al fin y al cabo, somos vecinos) para poder jugar a futbol y tenerte contenta al mismo tiempo.

Mientras tu dejabas de ver a los hermanos pieses yo volvia a verlos y eso me servia para saber cuando debia cortarme las uñas. Anteriormente lo hacía mediante un calendario cada veintiocho dias, como la regla, o cuando en los calcetines se empezaba a crear una bonita patata. Esa situación, como comprenderás, no podia seguir, era comprar una agenda electrónica o adelgazar.

Como comentaba un poco más arriba y para mejorar mi relación contigo debes saber que ayer fui, juntamente con unos amigos del buen comer y buen beber, a un restaurante japonés, de esos que tienen una cinta donde pasan platos de comida sin parar. Debiste disfrutar de la digestión porque me comí prácticamente hasta los cubiertos.

Llegamos sobre las 21h al restaurante y antes de que nos pusiesen la mesa ya estabamos atacando la cinta y disponiendo en nuestras manos de un par de platos de rollitos de primavera para hacer boca, aprovechando que no se necesitan cubiertos para comerlos. Acto seguido y durante un largo rato aquello fué un espectáculo dantesco digno de recordar ya que todos nos pasamos por el forro el segundo pecado capital:

- Los chinos o japoneses, bueno dejemoslo en orientales, que estaban en la cocina salían cada dos por tres, nos miraban y decian nosequé entre ellos aunque seguro que no eran palabras bonitas por el gesto de sus rostros.
- Las camareras despedidieron a todas las mesas con un "¡adios!", un "¡hasta luego y gracias!" o similar. Y a nosotros no nos dijeron nada descaradamente, solo un pequeño gruñido que no llegamos a entender pero seguro que no era una invitación para tomar un café.
- Traian platos y los ponían todos después de nuestra situación en la cinta descaradamente tambien, para que el resto de clientes que en ese momento llenaban el local pudieran probar siquiera un triste plato.
- Con su mejor cara, aunque también podía haber sido la peor, nunca sé si rien o están enfadados, nos pidieron si queriamos ternera ("telnela" según ellos) a lo que respondimos, pobres ingénuos nosotros, afirmativamente y nos sirvieron dos platitos directamente desde la cocina para nosotros (todo un honor según creíamos). Esos platitos venían del infierno y no de la cocina, tenian como medio bote de pimienta y picaban más que un helado de wasabi con una guindilla de cuchara. Menos mal que teniamos agua para beber y con más pena que gloria nos lo comimos todo como nos enseñaron nuestras madres y maestras en el colegio de pequeños, que no te dejaban levantar del sitio hasta haberte comido todo lo que ponían en el plato.
- Cuando pedimos flanes, viendo que no pasaba ninguno por la cinta, nos los trajeron en cero coma segundos, ni los mejores mecánicos de la F1 son capaces de cambiar una rueda tan rápido. Supongo que pensaban, los pobres ilusos, que si tomábamos postre pronto se desharian de nosotros.
- El chupito de rigor de licor de flores ni de coña (ni tan siquiera un triste vaso de agua del grifo para brindar por la hazaña conseguida).
- El caso que te hacen los camareros en estos restaurantes se fué esfumando a medida que llenabamos la mesa de cadáveres en forma de platos vacíos. Sobretodo el de la camarera que trabajaba única y exclusivamente en retirarlos de nuestra mesa cual enterrador en plena época de peste los recogía por las ciudades a carretadas, hasta el punto de no despedirse de nosotros.
- Habia una jefa (o eso parecía, aunque seguro que era la dueña que se veía en la ruina) que se comió tres o cuatro de piezas de fruta. Cogiéndolas siempre justo a la altura de nuestra mesa, aunque tuviese que caminar desde la otra punta de la sala para coger la pieza que pasaba por nuestro lado y mirandonos cual señorita Rothermeier para tratar de asustarnos y ver si así dejábamos de engullir sus platos.

Como puedes ver estoy intentando hacer las paces contigo cediendo un poco a la dieta de verduras que llevaba. Y si Japón no declara la guerra a mi pequeño pueblo para aniquilar a mi grupo de amigos comedores creo que podremos llegar a un acuerdo y convivir amistosamente en mi cuerpo.

Sin más te mando un cordial saludo.
Pep.

1 insensatos contestaron:

Anónimo dijo...

Me lo voy a cobrar en birras jeje.
Muy bueno, espero que Clotilde haya quedado satisfecha