miércoles, 21 de noviembre de 2007

El dedo meñique, ese gran desconocido

Es sabado por la noche y estoy de espaldas a la puerta del bar, acodado en la barra. Pido otro ron con cola y me giro hacia la puerta para verla entrar.

Maria es la mujer más mujer que conozco, con unas curvas que dejarían el puerto de Despeñaperros como una puta autopista, un culo diseñado para la lujuria y unos labios carnosos rosados a juego con una melena pelirroja imponente. Llega con dos horas de retraso y, si no fuese por la cogorza que llevo, no me importaría para nada. Entra al bar, se ajusta la cinturilla de la falda, se la alisa como con una Rowenta. Ajusta los puños de la camisa y endereza el cuello de la misma apartando el pelo hacia la izquierda, como si en lugar de venir a verme a mi, fuese a ver al Papa. Empieza a caminar hacia mí ante las atentas miradas del resto de borrachos que limpian el polvo de las sillas.

Tan embelesado estoy contemplando su paso firme y femenino que aflojo un poco la mano y se cae mi ron al suelo llenándolo todo de cristales.

Miro los cristales esparcidos en el suelo mientras Maria se preocupa por mi estado.

- Puto dedo meñique -digo decepcionado-.

Hace algunos años, cuando mojaba mi cuerpo más por dentro que por fuera, cuando mi minúsculo ego se pudría a base de generosas ingestas alcohólicas, cuando cada noche me convertia en parte del mobiliario de aquel antro de luces rojas, aprendí a poner el dedo meñique, inutil para mucha gente que dice no tener cabida ni en el mando multitecla de la Play, en el culo del vaso para evitar su desplome. Me dí cuenta de ese detalle después de pasarme una noche buceando entre ron y cristales esparcidos en el suelo.

Esta noche el cuerpo escultural de Maria me ha devuelto a una mejor época, a la época anterior de mi declive como persona, anterior a mis inicios como perdedor al que no le gusta perder. Probar las caderas de Maria fué para mi un triunfo al alcance de un par de afortunados que todavía no se como saborear, un sabor a mujer que cuesta vida y media olvidar, como el que da condones a quien no tiene polla, como el que prueba por primera vez la cerveza.

- ¿Tu marido?
- A buen recaudo. Vamonos a tu casa.

A la mañana siguiente ella no estaba. Solo quedaba su olor a sexo pelirrojo, mi ego y yo en la cama. No se puede tener remordimientos de corneador con una diosa semejante. Esa mujer nació y morirá para el sexo y haber caido en la penitencia del matrimonio no es menos que un jodido pecado capital.

Me levanto, me abro una cerveza y aguanto su peso con el dedo meñique en el culo.

3 insensatos contestaron:

Anónimo dijo...

Veo que estás actualizando muy a menudo. Tus 4 últimos artículos no los he leido por falta de tiempo, pero cuando tenga 20 minutos me pondré a leer todo lo que tengo atrasado. ¿Así es cómo aprovechas el tiempo de los cursillos?
Bueno, yo aquí estoy practicando el castellano.. A ver si vuelvo con un nivel bastante pulido..
Enga, cuidate! =)

Pep dijo...

¿Para cuando una jarra de cerveza helada?

¡Que vaya bien por tierras marroquies!

Anónimo dijo...

Ya estoy aquí! La jarra para cuando quieras...

=)